
Antiopa… Cui postquam partus instabat, effugit ex vinculis Iovis voluntate in montem Cithaeronem: cumque partus premeret et quaereret ubi pareret, dolor eam in ipso bivio coegit partum edere.
Cuando se le acercaba el momento de dar a luz, Antíope escapó de las cadenas al monte Citerón por voluntad de Júpiter. Y como le apremiaran los dolores del parto y buscara un lugar donde dar a luz, el dolor la obligó a parir en una encrucijada de caminos.
(Higinio, Fábulas VII. Antíope, 3)
FULVIA SE MOSTRABA FUERTE, como siempre. No dejó ni un solo día de realizar sus actividades, no se manifestaba cansada ni desganada. No tenía caprichos. Yo mismo tenía que crearle necesidades, a las que respondía positivamente. Nuceria se ocupaba de su nieto Nucerius y de su nuera Tamar, porque estaba muy delicada de salud. Tamar era obediente, agradecida y hacía esfuerzos por tener contento a Numerius. Mi madre Ælia se dignó estar de compañía con Fulvia, ya que esta no quería tener ninguna esclava, ya no le cabía ese concepto en su cabeza. De todas formas, había una bonita armonía que me dejaba tranquilo. Todo el mundo era muy servicial. Le dije a Numerius que no saliera a ninguna parte hasta que Tamar no sanara. De este modo los más jóvenes Silvias y Veiovis, trabajarían todo el año juntos a donde los enviara Numerius. A Delvyn le encargué de los viajes más rápidos y le frené un tanto su ímpetu. De este modo no estaba nunca fuera de la Villa más de diez días. Les prometí que todo volvería a ser como siempre. Numerius se encariñó con Khnemu y lo puso como su consejero y al tanto de todos los negocios. Delvyn se encargó de Otacilius, pues ya habíamos adivinado que este muchacho se quería quedar con nosotros; también le sugerí que diera algún encargo a Everardo, sin comprometer su identidad, para que fuera entrando en la familia.
A todos les sugerí que no adquiriesen compromisos en el siguiente mes, porque tendríamos nacimiento. Así fue, estando todos en casa, Fulvia dio a luz a nuestro hijo, lo presenté a todos, el niño lo mostré desnudo para que vieran que era un varón. Le puse el nombre y a todos gustó, fue Vitalis, el que goza de mucha vida y pueda dar a otros. La presentación oficial fue dos semanas más tarde cuando Fulvia se había recuperado y pudo mostrarse tan bella o más que antes de ser madre. Permití que lo presentara su madre.
Hoy tengo el honor de presentar ante vosotros el mejor obsequio que pudo hacerme Aulus. Me ha concedido ser madre de este niño al que se le han impuesto los nombres de VITALIS LINDOR FLAVUS CAMPANIANUS, FILIUS AULI FLAVI CRISPI EX FULVIA FLAVO CRISPO CAMPANIANA. LONGA VITA OBLECTET.
Ya tenía mi heredero y a eso me dediqué con pasión. Eran tres niños los que tenía a mi cuidado en lo referente a la educación. Los tres tenían que ser formados juntos para que vivieran el espíritu de la familia. Los tres serían propietarios de la mayor parte de los bienes. Ellos eran, Nucerius, hijo de Numerius y de Tamar, que nació el primero, el segundo en nacer fue mi hijo Vitalis, nacido de Fulvia y el tercero fue Iovicianus, hijo de Delvyn y Aliteria, que vino al mundo siete meses después de Vitalis, el cual nació cuatro meses después de Nucerius. El tiempo discurría y los niños crecían, nosotros nos hacíamos mayores y los muchachos más jóvenes llevaban todos los asuntos. Numerius tuvo muy pronto un hijo varón al que llamó Cneo Octavianus Flavus Crispus. Fulvia me dio poco tiempo después una pareja de mellizos, un varón y una mujer. Al niño le puse y vino a llamarse como yo Aulus Flavus Campanianus, la niña se llamó Fulvia con idénticos nomen y cognomen. Delvyn por su parte tuvo hijos más seguido que nosotros, pues Aliteria gustaba de acostarse con sus dos amantes, Delvyn y Everardo. Nunca nadie se interrogó lo evidente y los niños llaman mamá a Aliteria y papá a Delvyn y Everardo. En total llegaron a mayores con 14 hijos: Aurelianus, Secundus, Victoria, Caius, Sybilia, Quadratus, Domicius, Iulius, Melissa, Aliteria, Fidelio, Publius, Plautos y Britannicus. Dos hijos mellizos, siendo ya mayores, tuvo Numerius de Tamar, al primero en salir lo llamó llamó Nycteus y al siguiente Quartus. Los hijos de Numerius y de Tamar fueron Nucerius, Cneo Octavianus, Nycteus y Quartus. Al año y medio de su tercer parto, Tamar murió sin quejarse, le lloraron todos con mucha pena. Nadie tenía nada que decir y todos sabían cuantos contratiempos había tenido que sufrir. Contratamos un funeral según su fe judía y asistimos todos. Este fue el gran consuelo que tuvo Numerius. Ya no quiso unirse a ninguna mujer y nos consolamos mutuamente. Tres eran mis hijos, Vitelus, Aulus y Fulvia. Llegó el día en que me dijo mi hermana:
— Podría ser bueno, ahora que ya te he dado los hijos que ansiabas, que me dedicara a enseñar cosas a todas las niñas, leer y escribir, coser, cocinar y formas de educación en orden al futuro de ellas, porque tú vas a dedicarte a los niños.
— Eso me parece interesantísimo, que nuestras mujeres sepan. Pide lo que necesites, porque lo voy a poner a tu disposición. No te amedrentes, pide lo que quieras, eso será prioritario, tendremos una villa con gente razonable y razonadora. Pero tampoco quiero que lo hagas sola ni que te agobies.
— Aliteria, aunque tiene muchos hijos —entonces aún tenía solo ocho— pero a ratos me quiere ayudar, he hablado con Nuceria y se lo ha planteado a Estatilia, que ha sabido leer siempre porque antes de venir de esclava a esta casa, su padre la educó con maestros. Si no te parece mal, será mi compañera.
— Fulvia, has cumplido en todo lo que te he pedido; jamás te negaré nada. Necesitas la compañía adecuada a tus deseos.
— Gracias, cuida de Numerius, os habéis portado muy bien y como auténticos caballeros.
— Si puedo hablar al respecto, te voy a decir que he dispuesto que en el patio exterior haya un conjunto escultura con cada una de vosotras.
— Nada tengo que comentar, solo que en la servidumbre hay unas cuantas mujeres que también lo merecen.
— Lo tengo en cuenta.
Con mi beneplácito que no esperaba recibir, Fulvia, Aliteria y Estatilia, apoyadas por Nuceria, hicieron un plan de educación para las niñas. Estatilia es de la edad de Fulvia y se han hecho buenas compañeras. Aliteria es amiga de todas la mujeres y Nuceria es muy considerada por todo el mundo.
De los niños me encargué yo y busqué maestros griegos. Junto con nuestros hijos recibían la misma formación los hijos de todos los residentes en la Villa. Solo tuve que decirles a los maestros que a los niños ni se les pega ni se les castiga, se les estimula para que tengan gusto por formarse. Luego cada uno se prepara en un oficio para vivir, si los padres podían hacerlo me lo decían, en caso contrario se buscaba a alguien de la villa preferentemente.
Tulio con su ayudante Vestino se encargaron de prepararles para saberse defender. Veiovis, enseñó equitación; poética, filosofía y artes estuvieron a cargo de maestros griegos libertos. A mí me correspondió la política y formación socio familiar. Numerius les enseño en algunas sesiones esporádicas la contabilidad y mercado. Los hemos visto crecer, no piensan dividir los bienes. Nucerius de muy joven sustituyó a su padre en la contabilidad. Iovicianus es un navegante nato, ha salido a su padre. Vitalis es un emprendedor y tiene ideas que va poniendo en práctica; recibe a comerciantes. Él me preguntaba todo, cada vez soy yo el que voy preguntando más para ayudarle. Los tres se sienten hermanos y cuentan con las experiencias de sus padres y de sus tíos, de Veiovis y Silvias y de Otacilius y Everardo. Sus hermanos menores los adoran. Pero hemos corrido mucho y es necesario dar unos pasos atrás.
— Tu madre…, no se encuentra bien…
Corrí veloz a los aposentos de mi madre. Estaban allí todos los que tenían que estar. Me acerqué a ella y casi no podía hablar, estaba llorando. Pedí a todos que salieran un momento, me puse de rodillas junto a la cama acerqué mi cara a la de mi madre, tocándonos las mejillas y sentí el frío de la piel de mi madre.
— Dime lo que deseas, madre, haré todo lo que me pidas, aunque en ello vaya mi vida.
Con voz muy baja y con mucha lentitud —se notaba que sufría— me dijo agarrada a mis manos:
— Me he portado muy mal contigo, no sabía hacer otra cosa, me has enseñado a amar de verdad y he descubierto que todos me aman aunque los traté mal. Quiero que me perdones y conserva mi cariño; estoy muriendo y por momentos te quiero más.
— No hables más, madre, te hace daño, te amo con todo mi ser, además, todoen la villa te aman y están pendientes de ti. Descansa, madre.
— ¿Me pondrás moneda…?
— Te pondré dos para que Caronte te ponga en un estupendo asiento.
— Llama a tu hermana.
Me desprendí de las manos de mi madre y llamé a Fulvia. Se situó junto a la enferma y le dio un beso en la frente. Comosi estuviera esperando tener a sus dos hijos en su entorno, mi madre expiró. Abrí las puertas y dejé pasar a todas las mujeres. Entre Nuceria y Aliteria la arreglaron para sacarla al patio interior hasta los funerales. Al final de todo puse dos monedas en el paladar de mi madre y velamos su cuerpo durante la noche. Al alba llevamos el féretro a la pira que habían instalado cerca de la fosa junto a mi padre. Pronuncié un panegírico muy sentido del agrado de los presentes. A los 8 días celebramos el final del duelo con una cena y su correspondiente saturnalia.
Tras la cena me levanté, fui a donde estaba Fulvia y le dije si podía organizar unos juegos para los niños.
— Estaba pensando en eso, pero te están esperando Numerius y todos los chicos, no les hagas esperar mucho.
Di un aviso a los niños y acudieron todos a mi alrededor, me senté y les conté una historia corta. Se acercó Tamar recogió los dos niños que tenía entonces y le siguieron todos los demás niños. Aliteria y Fulvia ya habían sacado los disfraces. Entonces me acerqué a donde estaban los chicos y vino Nuceria a recoger nuestras túnicas. Subimos camino de la cascada, Silvias con Veiovis, Delvyn con Everardo, Otacilius con Khnemu y detrás de ellos íbamos Numerius y yo, los demás chicos y chicas ya se habían esparcido y se veían las sombras y entre matojos que estaban quienes follando, quienes abrazados y besándose, también había algunas chicas que se estaban amando entre ellas. Yo, mientras conversaba con Numerius, miraba a los chicos de delante. Como no llevábamos túnica, alguno como Delvin y Veiovis iban desnudos, los demás llevábamos subligar o subligaculum, excepto Khnemu que vestía su shenti que se había traído de Egipto. Casi siempre trabaja desnudo pero en las fiestas se cubre con su shenti sin alas, sino recortados por el final de las nalgas. Se trata de una tela más estrecha y más corta, que solo sirve para cubrirse los genitales. El día que celebramos su cumpleaños como sujeto adulto, se vistió con un shenti (1)completo, con su delantera plisada y la cobra en el centro. Además se maquilló más que los demás días y estaba resplandeciente, porque destacaba su hermosura natural. El negro que se pone en el contorno de los ojos le deja la mirada más fija y misteriosa. Fulvia se lo ha tomado como maquillador suyo personal y sale siempre de sus aposentos divinamente espectacular. Khnemu es guapo y presumido de su hermosura. Sé que esto molestaba a su padre. Dos veces han ido a Egipto Silvias y Veiovis. La primera vez les acompañó Khnemu, pero se quedó en el barco.

— Si mi padre pregunta por mí, le decís que ya voy a verle, que estoy acabando una tarea de navegación; si no pregunta, no le digáis nada. En los seis días que estuvieron allí y comieron dos veces con Imhotep, ni por equivocación preguntó por su hijo. Acabó el tiempo de cargar las compras y Khnemu pudo pasar por delante de su padre como si fuera un esclavo, cargando fardos desnudo. Su padre nunca miraba a un esclavo, los despreciaba. De este modo lo vio detenidamente a su padre y se fijó en él. Esa misma noche, antes de partir, Khnemu dijo a sus amigos:
— Mi padre va a morir pronto.
— ¿Cómo sabes?
— Su cara está demacrada de modo muy amarillo, él es aceitunado oscuro como yo, su maquillaje se le descompone y deja aparecer el color amarillo, su brazo y mano derecha no los mueve y están hinchados, sus piernas están patizambas y los pies muy separados. Tiene males mortales.
— Si quieres ir a verlo…
— No; la próxima vez que vengáis, si me lo permitís, vengo y voy a saludarlo, si no se ha muerto.
— Entonces cenamos con todos y partimos. Los remeros están deseosos de llegar a casa.
La segunda vez que fue con ellos se cruzaron con una nave que le llevaba un aviso. Pero nadie supo quién era quien y las naves evitaban perder tiempo en el mar por temor a los piratas, motivo por el cual solían zarpar no lejos de una nave militar.
Llegaron a Egipto, Khnemu se vistió con sus mejores galas y, acompañado de Veiovis y Silvias se dispuso a visitar a su padre, les acompañaban cuatro custodios armados. No perdió el tiempo, apresuraron el paso y fueron con litera cubierta para no ser reconocidos por nadie. Los custodios iban a ambos lados. Llegaron a la casa y estaba extrañamente abierta de par en par.
— Mi padre ha muerto.
— ¿Cómo sabes?
— Esas plañideras tan felices han estado llorando ante el féretro.
Atravesaron el dintel de la puerta que da a la calle y se aproximaron a la sala de donde provenía un rumor de voces. Entraron los tres acompañados de dos custodios no armados. Allí estaban su madre y su hermano. Se acercó a su madre y la abrazó. Khnemu estaba sereno, sin llorar. Luego saludó a su hermano mayor con quien se cruzaron los brazos.
— ¿Cómo fue, —Preguntó Khnemu a su hermano.
— Graves males arrastró estos últimos años, se esforzaba por disimular, hasta que se postro en cama y ya no se levantó, —respondió su hermano.
— Siento pesar por su muerte, pero la distancia y la nueva vida me han hecho cambiar.
— ¿Vienes a quedarte, Khnemu?
— No, Akhenaten, ya es otra mi vida y muy diferente, mi trabajo y mi entorno; tampoco vengo a llevarme nada. Solo presentía que padre no estaba bien y quise venir a despedirme y a saludarme. En cuanto carguemos el barco, me iré con ellos.
— Tienes ciertos derechos.
— Te los dejo todos para tu parecer, adiós, hermano, si vienes a Roma, serás bien recibido, —concluyó Khnemu, tendiéndole los manos a su hermano para un abrazo.
— Cuando quieras, esta es tu casa, —remató Akhenaten, abrazando a su hermano.

Cuatro días más esperaron en Alejandría hasta concluir los funerales. Aunque su hermano le ofreció la casa para descansar en las noches, Khnemu siguió la rutina de siempre, dormir en el barco con la propia custodia. El último día, antes de zarpar, Khnemu, junto a la pasarela, se desnudó totalmente dejando sus prendas en el suelo, ropas y pectorales, brazaletes y calzado. Subió al barco. Se puso a estribor mientras los marineros realizaban sus maniobras, desde allí vio cómo se peleaban unos pobres andrajosos para recoger las prendas abandonadas. Era él signo de su decisión, había que dedicarse a trabajar para sí y para la familia. En su casa trabajaban los esclavos, nadie tenía libertad para hacer y ser diferente al común de los mortales. Descubrir la Villa, fue para él un sistema de vida, donde todos contaban y cada uno disponía. En cierta ocasión me había dicho:
— No comprendo como aquí cada uno hace lo que debe y a la vez lo que quiere.
— Es simple, Khnemu, aquí todos cuentan —le decía—, no solo cuentan para mí, también para ti, porque no vives en el desierto, ellos son parte de tu vida. Si todos dejan de hacer su trabajo, tú no puedes comer o llegará un día en que no podrás comer. Por eso tú y todos igual trabajamos para que comamos todos, descansamos para ser felices y por eso buscamos el mayor bien uno para cada uno y todos por todos. Mira Numerius, Delvyn y yo tenemos el hábito de amar a otro hombre. No nos atrae el tener relaciones sexuales con mujer. Pero tenemos que hacerlo, por el bien de la familia y de todos los que formamos esta Familia. Pero a la vez nos acercamos, aunque nos cueste con sinceridad a la mujer elegida y respetándola. Nunca he forzado a Fulvia, hasta que ella no ha consentido, hemos hablado mucho, y me lo pidió. Te puedo asegurar que Numerius y Delvyn han hecho algo similar, tal como habíamos hablado que ni forzaríamos ni engañaríamos a nadie.
— ¿Será por eso que se las ve felices con su gravidez, porque han podido decidir y consentir?
— Te puedo asegurar que es así. Su felicidad está en su decisión, no en la nuestra. Nuestra decisión está formulada en orden a la seguridad de la Villa, la de las mujeres han proporcionado a la gente de la Villa la felicidad.
Se entiende la actitud de Khnemu, se ha despojado de un sistema opresor e irracional y cuando Veiovis le sacó una capa para cubrir su cuerpo de la humedad, se dio cuenta totalmente den acierto de su elección, la Villa lo acoge en su momento más bajo para elevarlo y hacerlo libre. Khnemu quiso cambiar su nombre egipcio por uno romano.
— Roma, a pesar de sus emperadores y gobernantes, está abierta al mundo. Nunca nadie te exigirá que cambies tu nombre. Puedes hacerlo si así lo deseas, pero ese nombre que llevas nos engrandece. Roma te ha abierto sus puertas. Llegará un día en el que en Roma habrá nombres de todo el mundo y en todo el mundo habrá nombres romanos. Eso nos dignifica a todos.
Por eso no podía estar más de acuerdo con Khnemu. Todo en él fue un proceso de alejamiento de una realidad llena de amargura y un aproximación a otra realidad que le hizo cambiar su mente y su modo de proceder. No procedió con ira con rabia, ni mantuvo rencores, sino con desprendimiento. Ante su hermano se desprendió de las cosas y antes de salir de puerto se desprendió de sí mismo. Siempre le aconsejé que no se desprendiera del hecho de ser egipcio, por eso mantuvo el nombre de Khnemu. Hizo honor al significado de su nombre Khnemu, “para modelar” y lo consiguió.
Khnemu es un gran jinete, un luchador, un custodio avisado, era el terror de cuantos maleantes se tropezaban con él. Pronto se corrió la voz. Acabó siendo el orgullo de Tulio. Cuando Tulio decidió retirarse para cultivar sus tierras, Khnemu le sucedió en lo que llegamos a denominar la custodia local. Tenía buenas relaciones con la policía del Imperio y en algunas ocasiones le pidieron ayuda para algunas capturas. Al jefe de la policía, cuando le pedían ayuda, le decía: «que te parece si hacemos esto y eso…» o bien «creo entenderte que deseas que hagamos esto o lo otro», nunca desvaloró al superior, nunca le contradijo, ponía sus ideas como si fueran del otro. Esto le hizo ganar la total confianza. Cuando iba a la población todos los niños le circundaban, porque les mostraba su puñal egipcio y su hermoso collar de guerra que le regaló Otacilius, pues se sentía orgulloso de la hermosura de su amante y de su destreza en la defensa. Otacilius decía que Khnemu solo era débil a la hora de hacer el amor.
Ya me canso de escribir. Me escuecen los ojos por el humo y el sueño. Debo dejar unos días esta tortura de estar recordando y escribiendo, si a la verdad igual pasan siglos y a nadie interesa. Por tanto, creo que lo que ahora me vale es regresar a la saturnalia.
Ese día todos habían comido hasta para reventar, pero el vino corría de los pellejos a las jarras y de estas a las copas para hacerlas desaparecer por la boca. Las mujeres tomaban hidromiel, que al ser algo más dulzón y empalagoso les obligaba a beber agua. Por el contrario los varones le daban al vino con afanosidad. Había algunos mayores que se habían dormido en la mesa y al marcharnos todos sus mujeres e hijas los recogieron para meterlos an la cama y que durmieran la cogorza, porque algunos tienen un pedo que mejor les va pasarlo durmiendo, de lo contrario blasfeman, insultan sin razón, provocan a hombres y mujeres y hacen indecencias públicamente. A los más jóvenes les hacen reír y estos van sirviéndoles vino en sus copas. Ese día desaparecieron todos tan rápidamente que los cinco que suelen emborracharse pudieron meterlos en la cama. Nasón, que no tiene a nadie que lo lleve, estaba durmiendo con la cabeza sobre la mesa, como es hombre pacífico, lo levanté y lo llevé a su cama que me indicó Nuceria. Ella se encargó del resto.
Salí donde estaban los otros y pronto acudió Nuceria a recoger nuestras túnicas. Y seguimos camino arriba hacia la cascada. Numerius estaba muy animado y me atreví a preguntarle:
— ¿Cómo es que te veo tranquilo y sereno?
— Llevó seis meses esperando esto; su muerte estaba cantada, no había remedio. Creo que ya he sufrido mucho y la vida ha de continuar. Ella está con su Dios, lo sé, ha sido demasiado buena y ha complacido a todos los que la han necesitado. Guardó su bondad y sencillez en el corazón.
— ¿No les darás una madre a tus hijos?
— Mis hijos tienen dos madres y una maestra. Mi madre será su madre, Fulvia me ha demostrado en estos ocho días pasados que los quiere como propios y Aliteria será para ellos una buena maestra.
— En eso tienes razón, un nuevo matrimonio no sabe uno como acaba y tenemos suerte por el buen entendimiento de nuestras mujeres.
— ¿Tú sabes que Fulvia, poco antes de morir Tamar estuvo con ella y le juró que cuidaría de sus hijos como propios y le dijo literalmente: «Numerius no tomará otra mujer, de eso me encargo yo, y cuando necesite calmar sus nervios tiene a Aulus; siempre ocuparás un lugar en la Villa».
— Eso merece que se cumpla; haremos una escultura de Tamar. Tú tienes un dibujo que le hizo Everardo a Tamar.
— Sí, lo guardo porque es tal cual.
— Habrá qué decirle a Everardo que dibuje y retrate a nuestras mujeres, ellas llevan el peso de la Villa.

Entonces le expliqué a Numerius el proyecto de la Villa por si deseaba corregir algo. He pensado construir donde la caballeriza la casa de Delvyn. Con todos sus hijos y los que puedan venir merecen una casa amplia. Con esto conservamos este patio y en el cuarto lado colocamos las dos casas para custodios, una a cada lado y sacamos una avenida hasta el vía menor. De este modo a ambos lados de la avenida se podrán ir construyendo casas para todos aquellos que trabajan y viven en la Villa, y los sacamos de los sótanos donde están ahora, donde podemos hacer unos almacenes mejores que los que están junto a la caballeriza.
— Todo eso me parece bien, pero es una gran inversión.
— Cierto, pero ¿qué vamos a legar a nuestros hijos, sótanos y humedades? Creo que les podemos dar mejor vida.
— Entonces añade lo que podemos hacer en los almacenes de ahora.
— ¿Qué? Habla, Numerius, dilo.
— Podemos establecer unos baños y quizá un gimnasio, disponerlo al público y hay otro punto de trabajo para los nuestros.
— Eso alegrará mucho Khnemu.
— Pues entonces, no sueñes, Aulus, que tenemos dinero para todo eso, comienza mañana mismo. Veámoslo antes de envejecer, enseñemos a nuestros hijos a que estén siempre ideando mejoras. Diseña la avenida, llama a nuestros hijos y a los más jóvenes de la servidumbre, explícales y escucha sus ideas; luego construye casas a ambos lados para los que viven en los sótanos, será el modo de hacer que pierdan la noción de su esclavitud y hagamos allí los almacenes. No perdamos tiempo. No quiero envejecer sin ver nuestra nueva Villa.
— Mañana hablamos con todos, proponemos el plan y proyectamos casas, para sacar a la gente del subsuelo, no quiero tener a la gente en sótanos.
— Pues déjalo ya todo para mañana y contempla los muchachos junto al fuego.
— Nosotros hablando y ellos han comenzado.
— No, hay una pareja junto a la carca de la cascada. Esos nos están esperando.
— Son Veiovis y Silvias, ¡vamos allí!, hace calor para estar junto al fuego, mejor nos echamos al agua.
— Han encendido fuego por la lumbre, quieren que los veamos.
— Esos son Otacilius y Khnemu, pero, el sardo está follando al egipcio.
— Los dos la tienen buena; los estaba viendo, han comenzado comiéndose polla y culo por turno y ahora están follando, dentro de un momento será el egipcio quien se folle al sardo.
— Mira cómo se afanan, mira, mira, el sardo la mete hasta el fondo y la saca del todo.
— Pues el egipcio gime de placer, se la está pasando bien.
— No veo a Delvyn,
— Mira lo que asoma detrás del árbol, son Delvyn y Everardo.
— Esos se cansarán pronto, pues cuando ya no oigan voces de niños, se van los dos con Aliteria.
— Esa chica tiene mérito.
— Esa chiva vale su peso en oro, ha aceptado a los dos como un uno y ellos están felices con ella.
— Solo ella sabe de quién es cada niño.
— Ni eso, solo cuando crezcan podremos distinguir, pero procuraremos que no sea motivo de comentario, merecen ser felices, que todos sean de los tres.
— Vamos allá con nuestros amigos, nos bañamos y ellos se bañarán, luego nos los llevamos abajo a nuestra habitación.
— Me parece estupendo.
— ¿No entráis?, vamos a bañarnos.
— Os estábamos esperando.
— Nos bañamos y nos secamos bajando hacia la habitación de Numerius. Pasamos la noche allí si no os molesta.
— Eso, esa cama es grande y cabemos los cuatro.
Eso hicimos, Silvias quiso comenzar conmigo y dejamos que Veiovis y Numerius follaran a la vez que nosotros. Luego nos juntamos y acabamos todos con todos. Era como la tercera vigilia de antes de la aurora cuando vinieron Otacilius y Khnemu a unirse a nosotros. Supieron que estábamos allí porque centelleaban las velas por las ventanas. Nos dormíamos al alba y nos despertó Numerius para ir a trabajar. Les dije a los chicos que organizaran todo y luego se acostaran un rato para no dormirse agarrados a las paredes. Numerius me miró amenazador.
— Son jóvenes, Numerius.
— Nosotros éramos jóvenes y no hacíamos eso.
— Eran otros tiempos, Numerius, eran otros tiempos.
Se vino de cara a mí muy ceñudo. Creí que me iba a pegar y me dio un beso de los de siempre y luego dijo:
— Has cambiado los tiempos, querido Aulus.
— Para bien o para mal, dímelo, Numerius.
— La alegría de los que vivimos aquellos tiempos te lo dejan claro y porque tú no permites las alabanzas y agradecimientos a tu persona, porque te lo dirían continuamente.
—Menuda sorpresa esta noche cuando sepan el plan que les presentaremos.
— Y como siempre les pedirás su parecer.
— Es evidente.
— Sabes entusiasmarlos.
— ¿No crees que lo merecen?
— Mi pensamiento está en tu cabeza, lo sabes, Aulus.
— Y mi voluntad en tu corazón, Numerius.
— ¿Sabes Numerius que es hoy tu cumpleaños?
— Siempre hemos cumplido años junto con nuestra madre en privado, pero no hoy sino en el tuyo y no tiene por qué variar.
— Hoy sí, porque cumples los 30 años. Aquí tienes tu carta de libertad, y estas tenazas son para cortar tus aros pendientes de tus orejas.
— Ya estoy acostumbrado.
— Déjame hacer.
— Tu voluntades mi ley.
— Mi padre te los puso y yo te los evito. Los tiempos han cambiado.
— No necesito aretes, mi corazón siempre será esclavo del tuyo.
— Como el mío lo es del tuyo, Numerius, pero eso queda en nosotros sin lóbulos marcados.
— Te amo, Aulus.
— Te amo, Numerius.
Habíamos sido amigos que nos comportábamos como hermanos. Luego descubrimos que éramos hermanos del mismo padre y amamantados por la misma madre. Llegamos a querernos tanto, unidos por el sufrimiento y por el amor que, casi sin darnos cuenta, descubrimos que no podríamos amar a nadie tanto como lo sentíamos el uno por el otro. Nos convertimos en amantes hasta ponernos en riesgo de dar la vida por el hermano y amigo que amábamos incondicionalmente. Compartimos madre, compartimos amigos, compartimos trabajo y afanes; confiamos a ciegas el uno con el otro; un lecho fue suficiente para los dos; sin premeditarlo nos dimos nuestros cuerpos en la más estrecha intimidad. Con los cuerpos iba el alma, el pensamiento y los deseos del corazón. Todo fue indivisible. Nuestros días son actualmente gloriosos. Nuestros hijos y amigos nos han sucedido y vivimos esperándolos cuando se van y contemplándolos cuando están presentes. Nuestros hijos se sienten hermanos, porque yo miro a sus hijos como míos y Numerius mira a los míos como a los suyos. No sabemos distinguir y deseamos que sea así. Los dioses y los hados nos han sido favorables y los tiempos verdaderamente han cambiado.

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Nota
(1) La shenti o schenti era una prenda de vestir masculina en forma de falda corta que fue utilizada por los antiguos egipcios, al menos, desde el Imperio Antiguo. Esta faldilla estaba compuesta por una pieza larga de tela rectangular confeccionada en tela de lino en color blanco o crudo, que envolvía la cintura del hombre y se sujetaba con un cinturón o faja, usualmente, también de tela. Existían algunas variaciones, pero, en general, la tela se enrollaba varias veces alrededor del vientre, pasaba por entre las piernas y se anudaba por delante, a la altura de la cadera para ajustarse, en su caso, con un ceñidor.Mientras que durante los Imperios Antiguo y Medio se llevaba por encima de las rodillas, durante el Imperio Nuevo (1550 a. C.-1069 a. C.) la shenti se alargó y se volvió más sofisticada, con plisados y para los personajes de alto rango, aparece una doble shenti con una especie de delantal triangular, con plisados, que podía estar decorado con elementos simbólicos, como cobras y utilizar color. Como se aprecia en el arte de esta época, en algunos casos, los hombres acomodados llevan faldas o túnicas transparentes más largas, sobre el shenti tupido.