Addixti servum nummis here mille ducentis,
Ut bene cenares, Calliodore, semel.
Nec bene cenasti: mullus tibi quattuor emptus
Librarum cenae pompa caputque fuit.
Exclamare libet: «Non est hic, inprobe, non est
Piscis: homo est; hominem, Calliodore, comes».
Ayer vendiste un esclavo por mil doscientos sestercios para cenar bien una sola vez, Caliodoro. No cenaste bien. Un salmonete de cuatro libras que te compraste fue la pompa y el plato fuerte de tu cena. Dan ganas de gritar: “¡Esto no es un pez, tragón, no lo es! Es un hombre! ¡Te estás comiendo un hombre, Caliodoro!”.
(Marcial, Epigramas, L. X, 31)
VEIOVIS Y SILVIAS dieron oportunidad esa primera semana a Khnemu en su vida común. Es cierto que la vida de ambos no era tan íntima como es lo habitual, porque les daba lo mismo quien estuviera delante, nada les impedía besarse, tocarse. La primera vez que se pusieron en actitud para iniciar un acto sexual entre ellos delante de los demás en el patio exterior se encontraba Numerius allí y se acercó discretamente donde estaban ellos para mandarlos al campo o a su dormitorio. No se encontraba allí Aulus y tuvo que actuar Numerius. Luego los llamó y les explicó por qué no debían hacer delante de los demás sus relaciones íntimas. Como quiera que fuese, todo el mundo los había visto por cualquier parte follando entre sí. El día que Aulus, después de escuchar quejas de algunos, los convocó para explicarles, la respuesta de Veiovis fue rotunda.
— No entiendo por qué no esté bien para nosotros, pero para ti sí, porque tú te follaste a tu propia madre delante de todos.
— Y no sabéis cuánto me pesa haberlo hecho, al querer dar una lección di un mal ejemplo. Hoy no lo haría. Mi madre y yo nos hemos perdonado, pero por culpa de esa mala acción mía no nos tenemos confianza entre nosotros. Hacemos como si lo hubiéramos olvidado, pero está ahí. No tengáis que arrepentiros vosotros cuando los demás tomen un concepto equivocado de vosotros, porque corregir esos comentarios es muy difícil y si son pensamientos es imposible. Haced lo que queráis entre vosotros pero en vuestro dormitorio. Delante de los demás, nunca; y si no queréis que os tomen por bestias animales tampoco en el campo, a no ser en Saturnales o en algún momento que tengáis la certeza, por estar lejos, de que estáis solos. La expresión sexual de vuestro amor es cosa vuestra, a nosotros nos basta veros juntos, alegres y que manifestáis vuestro amor con ayuda mutua, caricias y el ciertos momentos besos como en las despedidas, abrazos en encuentros después de una ausencia de varios días o porque recibís un premio, cuando algo os ha salido bien. Si cuando nos juntamos, todos hiciéramos lo mismo esta casa parecería una casa de putos y putas. Los que amamos a hombres debemos comportarnos como los que aman a mujer, que no somos tan diferentes como a veces nos creemos.
Aceptaron de buen grado la amonestación. Pero había que poner en las circunstancias actuales un poco más de atención a Khnemu, para que no surgieran los celos en una pareja joven que nos revolviera la colmena. Y tomé el propósito de llevarme a Khnemu a los baños. Lo hablé con Numerius y me sugirió que comenzara cuando él saliera de viaje a Roma y a Mediolanum (103). Y esperé quince días, en los que me iba a los baños de Nemi (104) acompañado de Numerius, como era nuestra costumbre.
Durante esos quince días procuré que Khnemu estuviera muy ocupado haciendo ejercicios gimnásticos bajo la dirección de Tulius Europus Lentianus, el cual lo aficionó de modo que continuamente estaba ejercitándose. Eso le dejaba tan extenuado que me pidió dormir aparte en una habitación. Dispuse momentáneamente que lo hiciera en mis estancias, en la habitación que había dejado Nuceria al ponerse a vivir en las estancias destinadas para los padres de Tamar, que es lo que dispuso Numerius.
Había que dar espacio para que los siervos vivieran con más amplitud y mandé construir mi vivienda en una torre al lado de la casa de Numerius. La torre sería circular. A la altura del segundo piso mandé diseñar un pasadizo desde la casa de Numerius a la torre. Sería la primera torre de una muralla tal como la había dibujado en su conjunto y ya lo tenía el maestro de la obra.
Dos días a la semana participaba en los juegos de entrenamiento a espada. Entre los muchachos y todos los custodios la emprendían conmigo en plan de juego. Cuando uno entrena desde pequeño, como fue mi caso, asume un estilo. Aunque Tulius era imbatible por su experiencia Bélica en la Legión, siempre decía que yo era costoso de batir, no obstante tener un estilo con mucha floristería, que no era tan útil en campaña pero grato en las demostraciones. En grecorromana no me podía batir, pero yo quedaba hecho cisco. Con la espada yo mismo temía a Tulio, porque nunca sabía si había perdido la noción de entrenamiento, parecía estar en el campo de batalla frente al enemigo. En cierta ocasión me derribó y se abalanzó con la espada por delante contra mi cuello. Me revolqué por el suelo rodando y la espada dio tan fuerte en el piso de piedra que la rompió. Si no hubiera rodado por el piso ya no estaría escribiendo esto. Estuvo dos días sin aparecer y tuve que ir a buscarlo, lo encontré «deiectus vitam suam detestans»(105). Tuve que animarlo mucho para que considerara el accidente como una ocasión para olvidar los horrores de la guerra. Cuando notó que no le guardaba ningún rencor, le invité a bañarse en la cascada. Veiovis estaba en la puerta de la estancia preocupado por mí. Le dije que entre todos los luchadores subieran algo de comida para todos y un buen vino. Fuimos hablando para animarle y llegando allí nos echamos al aguas. Estaba con desgana de nadar, pero se refrescaba con el agua. Cuando ya estábamos vistiéndonos, venían todos cuesta arriba con las viandas. Todos lo saludaron y lo elogiaban por lo bien que les preparaba. Verlos a todos a su alrededor descubrió que era muy estimado sin tenerle en cuenta sus exigencias. La verdad es que era bueno enseñando, un maestro en todas las artes marciales griegas y romanas. El talante de Tulio cambió desde ese día. Entendió que lo estimábamos más por ser un maestro más que por ser un soldado. No hubo nunca más ningún accidente y me alegro que le ocurriera conmigo para que a nadie le quedara ningún rencor. Tampoco quedó ningún temor. En el espacio de tres meses le pregunté en dos ocasiones cómo estaba. Me contestó:
— Algunas veces en los entrenamientos me convertía en un legionario, pensaba como quien está en el frente ante el enemigo; con vuestra paciencia y confianza ahora en mi pensamiento tengo presente que delante están unos amigos a los que enseño cómo defenderse y cómo atacar al enemigo.
La segunda vez, me decía más o menos lo mismo y añadió:
— Mi esposa está en cinta, ¡lo he conseguido, Aulus, lo he conseguido!
— Has vencido, Tulio, has vencido al enemigo que había en ti. Mi regalo para cuando nazca tu hijo es una parcela de terreno donde podrás construirte una casa y tener un campo para sembrar lo que desees. Si quieres construir tu casa ahora, no esperes a tener dinero. Haces una parte cómoda para poder vivir que yo te regalo eso; y si lo deseas más adelante amplías.
— Me pones las cosas fáciles, Aulus, ¿qué piensa Numerius eso de darme tierra y casa?
— No sé qué piensa, pero él es quien me lo ha sugerido; no queremos que te vayas. Te queremos entre nosotros, por eso te concedimos la niña más bonita y delicada de cuantas hay en la Villa, además de ser muy laboriosa.
Pasaron las dos semanas y fui a despedirme de Numerius que viajaba a Roma y Mediolanum. Tomamos una copa de vino e hice llamar a Khnemu para que se despidiera de Numerius. Este le dijo:
— Te encomiendo lo mejor que tengo, es mi amigo, mi hermano y mi amante. Acompáñalo a donde quiera que vaya, no le dejes nunca solo ni de día ni de noche. Si te pide una cosa, dásela; si te pide que duermas con él, hazlo; sé su compañía, su alegría y su ayudante. Cuando regrese yo, si lo veo contento, te lo recompensaré.
— Sí, haré lo mejor que pueda todo eso.
— No harás lo mejor que puedas, has de poder hacer lo mejor.
— Sí puedo hacer lo mejor para él.
— Ahora corre y saca su carro, está preparado.
— Pero yo…, sí, voy enseguida.
Se fue corriendo, era la primera vez que iba a sacar de las cuadras el carro con dos caballos.
— Me parece que lo has asustado.
— Está dentro Silvias para ayudarle a sacarlo, se hará el despistado hasta que le pida cómo hacer, pero tú no lo sabes ni te vas a enterar para que él vaya teniendo confianza.
Salió con el carro como si lo hubiera hecho siempre. Consiguió frenar a los caballos y mantenía perfectamente las riendas. Subió Numerius a su carro con su ayudante y me dijo:
— ¡Que tengas suerte! Acuérdate que mañana debe llegar Delvyn, ya lleva mucho retraso.
— ¡Cuídate!, —le dije al tiempo que dando un salto me puse junto a él y nos dimos un fuerte abrazo y unos besos.
— No te olvides de visitar a Tamar, —me susurró al oído.
— No me olvidaré, que ya está muy grávida, —le dije.
Yo pensaba que ya nos hacíamos mayores y teníamos mucha responsabilidad sobre una extensa familia.
— ¿Podrás sacar el carro hasta el camino ancho?, —pregunté a Khnemu.
— No, que podría accidentarte, conduce tú y yo me voy fijando.
— Pon tu espada junto a tu pierna derecha.
— ¿Nos van a asaltar?, —preguntó.
— No; en este camino no, pero cuando hagas uno mas largo, podría ser que sí, no siempre los caminos son seguros. Ti espada junto a tu pierna, ata ahí la vaina.
Salimos de la Villa y entramos en el camino ancho.
— ¿Dónde vamos?
— Nuestro programa de hoy es ir a los baños, allí nos bañamos alternando con agua caliente y fría, luego nos darán un masaje completo a cada uno, tras recibir un perfume de flor de loto egipcio iremos a comer, compraremos unas cosas para llevar a casa y regresamos. ¿Te gusta?
— Eso pinta bien.
— ¿Qué pinta bien?
— Todo, pero me ha gustado eso de perfumarnos con flor de loto.
— Hoy con flor de loto en honor a ti, en otras ocasiones será con rosas u otras flores.
— ¿Es que vendremos en más ocasiones?
— Dos veces por semana. Mañana no vendremos pero al día siguiente o al otro vendremos con Delvyn.
— ¿Quien es Delvyn?
— Debes conocerlo…, ha ido varias veces a Alejandría.
— ¡Ah! Mi padre no me dejaba mostrarme a los romanos. Ahora contigo ha sido excepcional, porque le interesaba enviarme contigo, ya no sabe qué hacer conmigo.
— ¿Tan mal te portas?como no va a saber qué hacer contigo…, eres gracioso. Pues aquí te estás portando muy bien.
— Es que aquí hay libertad.
— Ja, ja, ja…, esto sí que está bueno…, ¿no tenías libertad en Alejandría?
— No; no podía tener amigos, tenía muchas madres, una para cada cosa, me enamoré de un esclavo y mi padre lo mandó matar. No, no tenía Libertad.
— Pero tu padre tiene un amante…
— ¿Uno? Mi padre tiene más de veinte amantes varones y todas esas mujeres que tú has visto, pero me dice que yo no debo ser un effeminatus y me hace la vida imposible.
— Tampoco a mí me va a parecer bien que seas muy effeminatus, ni delicatus. Pero sí te gustan más los hombres que las mujeres…, vita tua tua vita (106). Mira, atiende esto para que no te hagas un lío. Mi amor, mi único amor es Numerius. Quiero a mi hermana y ahora la necesito, porque la Familia necesita que yo tenga heredero, mi hermana me da los hijos, me los cría y me los educa en el cariño que yo nunca tuve., me gustan los hombres y me atraen todos si son limpios. Me gusta el placer, pero tengo un deber con mi familia y no puedo malgastar el dinero en amantes, lujuria y placer. El dinero no es mío, todos trabajan para que yo gane dinero, luego ya no es todo ni solo mío, es de todos. Yo tengo mi parte y de esa puedo hacer lo que quiera con moderación para no crear deudas. Eso se llama responsabilidad.
— Todo eso que me dices, Aulus, lo entiendo y me parece supremo, pero yo soy hijo, y mi padre me trataba como a sus esclavos, todo impuesto, sin explicarme para que lo entienda y lo haga con ganas. Mi padre es impositivo y si se equivoca no reconoce su error.
— Escucha, Khnemu, tu padre es amigo mío por nuestros negocios, yo no debo censurar a tu padre, un día lo perderás y entonces lo necesitarás. Yo puedo darte la posibilidad de que recibas una educación casi castrense para que puedas defenderte o al menos descubrir las jugadas de tus enemigos; puedo hacer que te enseñen la filosofía de los mejores maestros griegos; puedo hacer que tengas la libertad de que vivas tu vida, e incluso puedes ejercitarte discutiendo mis opiniones, excepto cuando se trate de una orden para todos. Las órdenes que yo doy son pensadas y discutidas entre mis consejeros y a veces preguntamos a los interesados, por eso no se discuten. En lo demás puedes decir cosas ilógicas y sin sentido, pero solo tú a tí mismo te desacreditarás ante los demás. Piensa siempre antes de hablar en público.
— ¿Ves? Esto es lo que me gusta a mí, saber para acertar y no ser ignorante.
— Vas por buen camino. Ya estamos cerca y hay un tramo recto, quiero que cojas las riendas. Yo estaré de pie detrás de ti para corregir si es necesario.
Llegamos sin contratiempos y para frenar los caballos le tomé sus manos sin quitarlas de las riendas y luego le enseñé a desuncirlos de la carreta y dejarlos libres en un campo para ellos. Por un módico precio comen, beben y se relajan. Vio que yo besaba y acariciaba los caballos y quiso hacer lo mismo, pero los caballos no se dejaron besar.
— ¿También son tus amantes?, —preguntó Khnemu.
— En cierto modo sí, me aman y los amo, los respeto y me tratan bien.
Luego entramos a los baños, me saludé con el dueño. Fuimos a desnudarnos y dejamos la ropa de los dos en un solo sitio. Nos metimos en una de las pozas mientras hablábamos. Khnemu estaba muy excitado y le dije que se metiera de inmediato en el agua fría. Lo hizo, me sonrió y al rato le dije que pasemos al agua caliente. Llegó un sirviente para lavarnos y fuimos los dos a una poza menor y allí nos dejamos lavar con las espátulas. No teníamos tanta suciedad porque nos remojamos de vez en cuando en la cascada, pero ellos lo quitan mejor. A continuación llegó el turno del afeite y pedí que lo quitara todo, excepto la cabeza que lo quería muy corto. Khnemu me preguntó:
— ¿Puedo dejar que me afeite la cabeza?
— Como gustes.
— ¿Puedo también…?, —señalaba con el índice sus genitales— es que me produce calor…, y quiero quedar totaliter vulsus (107).
— Mientras no te hagas ningún daño, que nos afectaría mucho, tu cuerpo es tuyo y lo arreglas como mejor te parezca.
— Domine, los vulneraría (108) preguntan si van a pasar por allí, —dijo un siervo de los baños.
— Diles que yo ya he acabado y voy enseguida y que avisen a los unguentarii (109).
No tardé en ir al piso superior y me tumbé en la mesa boca abajo. El masajista comenzó por mi espalda. Me encontró tenso y trabajó en los músculos amasándolos con sus aceites y manos. Pasó luego a mis piernas y de allí a mis nalgas que no se entretuvo mucho. A su señal, me di la vuelta y puso sus manos en mis pectorales, en ese momento llegaba Khnemu.
— Túmbate en esa mesa. Al punto llegó otro masajista y comenzó con Khnemu. Cuando acabó el pecho pasó al abdomen y preguntó:
— Dómine, ¿completo como siempre?
— Sí, completo.
— ¿Al joven también?
— Sí también.
— Eutropios, ¿escuchaste?
— Sí, al chico completo.
— Antes de darle la vuelta lo excitas delicadamente.
Filippo que me atendía es un maestro, siempre me hace la masturbación con su boca y me hace gemir, suspirar, ese día, debió ser por Khnemu, a quien vio por primera vez, se esmeró y yo gemía fuerte, y Khnemu dobló la cabeza de cara a mí. Fue entonces cuando Eutropio le comenzó a sobar el agujero del culo y metía sus dedos. Por los suspiros entendía que lo estaba disfrutando. Por mi parte, me corrí en la boca del maestro masajista y no dejó caer nada sobre mi cuerpo. Se limpió sus más de mi semen y me limpió bien mi polla. Siguió el masaje en el abdomen y excitaba mi polla de modo que al acabar volvió a masturbarme con sus manos y un linteum (110).
Pasé a la perfumería para recibir una incensación de rosas y un ungüento por todo mi cuerpo hecho con for de loto. Llegó Khnemu feliz. Se le notaba por la expresión de su rostro, cabeza en alto, ojos como antorchas luminarias, mostraba sus blancos y relucientes dientes y, al sentarse a mi lado para recibir el incienso de rosas, me miró y antes de hablarme tragó la saliva de su boca.
— ¡Ya está!
— ¿Y?
— Estos superan a los de Alejandría en todo.
— Aquí vienen a pasar el verano lo mejor de Roma y estos vulnerarii son sabios, médicos, magos, no son aficionados.
Y bajando la voz casi inaudible me dice:
— Mira que roja está, aún siento un temblor en todo mi cuerpo y sin tocarla se me está levantando.
— Domine, podemos calmar al joven si desea salir a la ciudad.
— ¿Cómo?
— Han venido a avisar que sus caballos están uncidos y esperando, es la hora sexta; el joven tiene una ereccion con la que no debe salir a la calle, le explotará de un momento a otro.
— ¿Qué dices?
— Que estoy muy excitado…
— Prepara lo que sea necesario, —le dije al unguentarium.
Le dio una hierba para que la masticara, lo reclinó sobre la mesa y se dispuso a darle una mamada que no cesó hasta que el muchacho eyaculó. Se incorporaron los dos y se encontraba bien, sosegado y tranquilo.
— ¿Que había pasado?, —pregunté.
— Algo muy común. El vulnerarius que lo atendía no sabía que se iba y le hizo al joven un masaje que se suele hacer a los jóvenes que se quedan algunas horas por aquí, para que estén todo el tiempo calientes. Disculpe el señor la confusión. Le ha metido por el culo unas bayas excitadoras, pero no hay problema con la hierba que ha masticado anulará el poder de las bayas y con la masturbación ya estará sereno al menos por unas horas hasta que la naturaleza expulse todo.
— Bonita experiencia para ser la primera vez que vienes, ¿no te parece, Khnemu?
— Ha sido una pena que nos tengamos que marchar, esperaba que tú…
— Aquiétate, que la noche es larga.
— ¿Qué pasa esta noche?
— ¿Que te dijo Numerius antes de despedirnos?
— ¡Ah, sí, ahora entiendo… Tengo que cuidar de ti.
— Nos cuidaremos los dos uno al otro, ya verás qué bien estaremos. En tres días venimos otra vez, ya está anotado, seremos tres.
— ¿Tres?
— Hoy o mañana llega Delvyn de la Galia, ha partido desde Massilia, está visitando unos amigos de Sardinia y espero que no lo retengan más de lo que desea el propio Delvyn, aunque son muy buenos amigos nuestros. Atiende a lo que te digo. A este Delvyn lo quiero como a un hermano, no le tengas envidia para nada. Él no quita lo que debo dar a alguien, solo que en su vida ha apostado por mí con una fidelidad tal que merece lo que yo pueda hacer por él. Nunca me pide nada para sí, siempre está a favor de lo que necesitan los demás y sigue mis ideas y pensamientos como suyos. Yo os estimo a todos, no igual, sino a cada uno como necesita ser amado y los dioses me conserven siempre este ánimo.
— ¿Tú crees en los dioses?
—No, tengo bastante con creer en los hombres, hay demasiados dioses para creer en ellos.
— ¿Por qué, pues, los invocas?
— Los invoco por la fuerza de la costumbre, pero solo pienso en uno, lo que invocamos son fuerzas divinas, pero solo hay un Dios eterno, el hacedor de todas las cosas, el Dios escondido, al que lo hombres somos incapaces de conocer más que por el reflejo de las cosas naturales, solo así vislumbramos una aproximación de lo que es Dios.
— Me dejas sin palabras para contestarte.
— Así estoy yo ente la divinidad, no tengo palabras para decir de Dios algo que valga y sea seguro, nuestras historias de dioses y diosas son incultas, bárbaras, salvajes. Roma acepta todos los dioses de los pueblos conquistados y eso es una pobreza en nuestra cultura, no quiero dioses que se pelean entre sí y no pueden defender a los pueblos que los adoran. El dios de mi pensamiento, el que no puedo expresar con mis palabras, no se pelea. Quien ha hecho cosas tan buenas y extraordinarias como toda la naturaleza ha de ser bueno y extraordinario, no tan vulgar como los nuestros. Yo no soy Dios y he cometido maldades y cometeré más por egoísmo, pero quien nos ha dado este mundo bueno ha de ser bueno. Pero dejemos de hablar de lo que no sabemos que tenemos mucho por hacer antes de regresar a la Villa.
Se acabó la cena y las mujeres estuvieron tomando la serena de la noche que, gracias a la brisa que soplaba no dejaba posarse a los culicex (111). Los más jóvenes se fueron al cerro y algunos a la cascada. Le pregunté a Khnemu, dado que estaba a mi lado con cara seria, si quería irse con los demás.
— Estoy cumpliendo gustosamente con mi deber, diles a Veiovis y Silvias que vayan y disfruten, sé que te han preguntado por mí mediante señas.
— Ve tú y respóndeles.
— Ven conmigo.
Nos acercamos a donde estaban y les dijo:
— Id vosotros y disfrutad del agua, nosotros ya lo hicimos esta mañana, ahora necesito que Aulus me explique algunas cosas que no acabo de entender, pero mañana iré con vosotros.
Se fueron y le dije:
— Lo has hecho muy bien. No les falles mañana.
— Entiendo que si mañana llega el tal Delvyn tendrá mucho que despachar contigo y yo estorbaré.
— No; no estorbarías, porque no tenemos secretos, pero haces bien de no perder amigos. Ahora vamos a descansar tumbados en la cama y ahí hablamos un poco más.
Fuimos al dormitorio, nos despojamos de toda la ropa y nos tumbamos en la cama uno cara al otro. Yo le miraba fijamente a sus ojos y descubrí que quería hablar de algo que llevaba escondido.
— Empieza a hablar.
— ¿De qué quieres que te hable?
— De eso que tanto te cuesta y que necesitas sacar. Yo me callo, escucho y tú me cuentas como quieras, no quiero una novela sino la verdad.
— Hace tiempo que te quería contar esto…
— Sin introducciones, al asunto, te voy a comprender.
Y comenzó a narrar pausadamente.
«— Caminaba yo con Issey mientras regresábamos de la casa de nuestro maestro, como hacíamos casi todas las tardes al finalizar nuestras lecciones. Nos quitábamos la túnica y caminábamos a pecho descubierto y con subligar. Parecíamos unos pobres y unos desordenados, las sandalias y los pies llenos de arena.
»Issey era tímido y de buen comportamiento, ponía atención en las lecciones y su menudo cuerpo sugería una aversión crónica a los juegos. Yo, en cambio, era sociable pero desordenado, me gustaba llamar la atención entre los chicos, ioculari amabam et iocularia eroticis dicteriis fundere (112), Issey era mi campeón gustaba de la lucha, los juegos, incluso deportes peligrosos como nadar en el Nilo donde había corrientes, lo cual se evidenciaba en su trabajado cuerpo, haciéndole muy popular entre las chicas.
Aunque éramos muy distintos, nos hicimos amigos desde la primera vez que nos vimos y hablamos, y desde entonces frecuentábamos nuestras casas y nuestros padres estaban contentos porque nos ayudábamos a estudiar.
— ¿Vas a ir a la fiesta de Diana?, —le pregunté de repente.
— No lo sé.
— Anda, ve, te puedes divertir y no sabes cuando tendrás otra oportunidad. Además sé que va Netikerty, —le dije pegándole codazos en las costillas.
— ¿Y qué importa si nunca me va a pescar? Ni siquiera sé cómo acercarme a ella — Issey estaba cabizbajo. Su excesiva timidez no le permitía ver sus propios atributos físicos, como su bello rostro moreno y sus ojos almendrados—.
— Eso no es nada que no se pueda superar —lo animé—, es como hablar con ella para cualquier cosa, pero con música de fondo —esperé que mi amigo se riera, pero no hubo respuesta—. Mira, yo te voy a enseñar.
Tomé a Issey por la muñeca derecha y lo llevé hasta los árboles que bordeaban esa parte del desierto. Me planté frente a él y comencé a moverme al ritmo de una música inaudible. Issey notó que yo movía mis caderas y mis hombros con ritmo y fluidez.
— Primero te paras frente a ella y la invitas a bailar —esperé que Issey asintiera con la cabeza y luego continué—. Tienes que hablarle de cualquier cosa que se te ocurra —me acerqué a la oreja de Issey y continué hablando—. Le hablarás al oído, porque la música va a estar fuerte.
Noté que a Issey le corrió un escalofrío por todo el cuerpo cuando le hablé al oído; me alejé un poco de mi amigo y continué diciendo:
— Después le acaricias la carita —yo acariciaba con mis manos suavemente por el rostro de Issey y, acariciando sus mejillas, lo miré a los ojos y le dije—: Nunca me había fijado que tenías los ojos tan bonitos.
Issey se sonrojó. Sabía que el piropo no lo decía en serio, pero sentía que yo, su amigo, lo estaba conquistando. Entonces entendió por qué todos me amaban. Mis palabras tuvieron un efecto involuntario que se manifestaba por debajo del subligar.
— Después seguís bailando, y la tomas por la cintura y te la acercas a ti —crucé mi brazo izquierdo por la espalda de Issey y lo acerqué hacia mí, juntando ambas pelvis. Issey temía que yo me percatara de su erección y trató de zafarse, pero no pudo lograrlo. Lo noté, lo miré a los ojos y soltó una risita coqueta—. Cuando la tienes por la cintura la obligas a girar contigo al ritmo de la música, y así ella para no perder el equilibrio va a cruzar sus brazos por detrás de tu cabeza —yo comencé a girarme, moviendo las caderas, pero Issey no cruzó los brazos tras mi nuca.
Issey estaba nervioso, porque a ese punto ya no podía disimular la erección, la cual se acentuaba más con cada movimiento circular de cadera que yo hacía. No quería que yo, su amigo, pensara que él amaba a los hombres y se excitaba conmigo a su lado, porque, al menos hasta ese momento nunca se había sentido atraído hacia otro hombre, pero la situación en sí lo excitaba muchísimo.
— Al final ya cuando termina la canción, acercas tu cara a la de ella —yo acerqué mi rostro al de Issey, hasta que quedaron nuestras frentes una contra la otra, y lo miré fijamente a los ojos— y la besas.
El corazón de Issey latía a su máxima capacidad pensando que yo, su amigo, lo iba a besar, pero solo le lancé un pequeño beso desde un palmus (113) de distancia que separaban sus labios.
— ¿Te quedó claro? —le pregunté.
— Sí —respondió Issey, tragando saliva.
— Qué bien —le di unas palmaditas en las mejillas, le guiñé el ojo y lo abracé por los hombros—. En la fiesta de Diana vas a arrasar.
Y ambos regresamos a caminar por la arena del desierto. Antes de entrar en la población nos pusimos la túnica, Issey llegó a su casa temblando.
La lección de seducción que le había impartido a mi amigo le había provocado una tormenta de sentimientos desconocidos. El corazón aún le latía con fuerza en el pecho, mientras su mente aún le daba vueltas a la situación que minutos antes había ocurrido.
Me contó más tarde que recordaba mi rostro muy cerca del suyo, y la forma en que eso lo hizo sentir. yo quería besarlo en aquel momento, pero no podía hacerlo, porque yo era su mejor amigo; aunque, quizás ese era un impulso natural al tener a alguien tan cerca, ¿cierto?».
— También siento ahora deseos de besarte, y me encanta el sabor de tu aliento como de regaliz.
— No te reprimas, bésame, igual te beso yo también.
En efecto me besó y nuestras lenguas jugaron unos momentos muy gratos.
— Pero sigue contándome.
«También recuerdo cómo me movía, y la forma en que lo acerqué hasta mí, provocándole una erección. Nunca pensó que le pasaría eso con su mejor amigo; aunque probablemente pudo haber sido producto del roce de ambos cuerpos, una reacción involuntaria natural, ¿cierto?
Intentó tranquilizarse, buscando explicaciones lógicas a las nuevas sensaciones que estaba experimentando.
—¿Cómo te fueron hoy tus lecciones? —le preguntó su padre entrando a la casa por la puerta del patio apenas Issey apareció ante su padre.
—Bien —respondió Issey, evitando el contacto visual. Temía que quizás con una sola mirada su padre notara que minutos antes había estado a punto de besar a su mejor amigo (algo completamente razonable dada la distancia entre ambos, quiso creer)—. ¿Qué hay de cena? —preguntó, cambiando completamente de tema.
—Fideos con arroz —respondió su padre. Era su modo de decir que, independiente de lo que hubiera para comer, tenía que comer igual.
—Ja ja —fingió una risa Issey, aunque la respuesta de su padre le causó gracia, como siempre—. Voy a cambiarme y vuelvo a comer —le dijo a su padre, aunque se arrepintió de inmediato, porque él nunca se sacaba la túnica apenas llegaba a casa.
Pensó que iba a levantar las sospechas de su padre, pero por suerte no dijo nada.
Cerró la puerta de su pieza y de inmediato se quitó las caligæ sin desatar los correas y se desabrochó el subligar, para luego dejarlo caer de forma dramática por sus piernas. Bajó la cabeza para mirar una mancha oscura en la tela gris del subligar que delataba la humedad de su miembro. no había afectado a la túnica por no llevarla puesta
Issey sintió que el corazón se le aceleraba nuevamente. Él pensaba que Khnemu le había provocado eso. O quizás había sido una reacción natural involuntaria producto del roce de su pelvis con la de su amigo, la cual había ocurrido justo cuando él pensaba en Netikerty, la chica que le gustaba. Si, eso tenía sentido.
Al día siguiente, cuando Issey entró a la salón de la Academia de Nicóforo (atrasado, como siempre), le pidió permiso al maestro para entrar y se disculpó por el atraso. Tras la autorización del maestro, se dirigió a su emplazamiento, junto a mí, su mejor amigo, le dirigí una sonrisa apenas lo vi entrar, y lo saludé levantando el mentón, haciendo que se le notara involuntariamente su manzana de Adán.
Issey se sentó, y se sintió descolocado por mi actitud. Yo actuaba como si nada hubiera pasado, después de la lección de seducción del día anterior. El estaba seguro que yo me había percatado de la erección que le había producido, y aún así, no decía nada.
Se había pasado la noche dando vueltas en su mente pensando cómo afectaría a nuestra amistad, aquella situación que habían vivido durante la tarde. Issey estaba seguro que no sentía nada por mí, porque era imposible, pero le preocupaba que yo me alejara de él por aquella reacción involuntaria bajo su subligar producto del contacto entre ambos.
—¿Y?, ¿pensaste en lo que te dije ayer? —le pregunté con mi típica sonrisa de autoconfianza.
—¿Qué cosa? —Issey había pensado mucho en lo del día anterior, pero no estaba seguro de qué estaba hablándole yo.
—De ir a la fiesta de la Diana, —respondí, como si fuera obvio.
—Ah, sí —Issey se rió con nerviosismo, aunque dudó que yo lo hubiera notado—. Sí, sí voy a ir —respondió sin pensar, intentando salir del paso rápidamente.
—¿En serio?, ¡buena! —exclamé con felicidad, dándole golpecitos de puño en las piernas a Issey.
—A ver, ¿qué conversáis vosotros dos allá atrás? —nos llamó la atención el maestro.
—Nada… —respondí de inmediato—. Le estaba explicando a Issey el mito de la caverna, que aún no lo entiende el pobre —agregué, acariciándole la cabeza a modo de burla, como si fuera un niño pequeño. Todos los presentes se rieron incluso el maestro.
Issey se sonrojó, pero no dijo nada. Sintió un cosquilleo que recorrió todo su cuerpo cuando lo toqué. Le descolocó darse cuenta que nunca antes había sentido algo así, pero le gustaba.
—Muy bien —dijo entonces el maestro Nocóforo—, poned mucha atención, para que después no andéis preguntando. El Mito de la Caverna… —comenzó a enseñar, ante el gruñido de desánimo de los alumnos.
Issey no prestó atención a la explicación número sesenta y cuatro del Mito de la Caverna que hacía el maestro Nicóforo. Se quedó pensando en las sensaciones que le provocaba yo cuando lo tocaba, cuando sonreía, cuando lo miraba.
Sentía como si su mejor amigo lo hubiera hechizado el día anterior, sin querer, al explicarle sus maneras de seducir. “Eso explica por qué todas las niñas lo aman tanto”, pensó. Era la única explicación razonable que se le ocurría, después de todo, era imposible que se sintiera atraído por su mejor amigo. Por lo mismo, se asustó, pensando que podría terminar haciendo algo que no quería por estar bajo su hechizo. Durante las lecciones no podía cambiarse de asiento (no podía ser tan obvio), pero intentaba enfocarse al máximo en la lección impartida por el maestro.
—¿Te sientes bien? —le pregunté.
—Si, ¿por? —respondió Issey, nervioso.
—Es que estas yendo mucho al baño y te demoras demasiado —yo me hacía el preocupado—. ¿Estas enfermo o algo?
—Ah, no —se sintió más aliviado Issey—. O sea, sí Es que hoy en mi casa desayuné una comida que llevaba un par de días hecha. Creo que me hizo mal —inventó.
—Bueno, si quieres ir al galeno, me avisas para acompañarte —le dije, dándole codazos en las costillas.
Issey notó un dejo de preocupación en mi mirada.
Al terminar la última lección, Issey guardó rápidamente sus cosas, y salió del peripatéticon mientras yo me puse a conversar con el hermano de Diana sobre la fiesta del día siguiente en su casa.
Issey ya estaba a medio camino del portón de la salida cuando escuchó mi voz llamándolo. Se volteó y me vio acercándome rápidamente a él, con mi habitual sonrisa en el rostro.
—¿Para dónde vas? —quise saber.
—Iba… —comenzó a decir Issey, buscando una excusa— a la biblioteca —dijo, dándose cuenta que la biblioteca estaba a un par de metros en la dirección que iba caminando.
—Dale, te acompaño —me auto invité—. ¿Y a qué vas a la biblioteca? —quise saber, comenzando a caminar al lugar indicado.
—A… buscar… un rollo —respondió Issey, sin ocurrírsele ninguna otra respuesta.
Me reí con fuerza mientras entrábamos a la biblioteca, una pobre habitación, con tres estanterías de rollos ya viejos.
Issey gritó una voz que no significaba nada, pero nadie respondió. Se puso nervioso al quedarse sin excusas para seguir evitándome.
—No hay nadie —dijo finalmente, dándose la media vuelta para irse.
—¿Para dónde vas? —le pregunté—. Ven a buscar el rollo que quieres.
Issey no me dijo nada, solo sonrió y me imitó. Se dispuso a mirar uno a uno los rollos de las estanterías en silencio, sin saber exactamente qué buscaba.
—Issey, ¿estás seguro que no pasa nada? —le pregunté acercándome desde la estantería de enfrente.
—No —respondió Issey después de un largo suspiro—. Lo que pasa es que no estoy seguro de ir a la fiesta mañana —me dijo mirándome a los ojos, no me estaba mintiendo.
—¿Por qué? —pregunté, aunque Issey pudo ver cierto alivio en mi rostro.
—Porque… siento que voy a perder mi tiempo tratando que Netikerty se fije en mí —inventó.
—Nada que ver —le dije sonriendo—. La vas a conquistar, estoy seguro. Confía en ti mismo —le di un golpecito de puño en el brazo.
Issey no sabía qué más inventar para evitarme. De repente sintió un golpe de fuerza interior (114), mientras en su mente evaluaba la idea de hacer todo lo contrario y pensaba: “¿Qué pasaría si en vez de escapar del hechizo, me acerco al hechicero?, ¿se dará cuenta mi amigo Khnemu de que lo que estaba haciendo estaba mal? No puedo hacer nada para evitarlo, porque es muy encantador y me es imposible rechazar, ¿pero hasta donde será capaz de llegar Khnemu conmigo?
—¿Y qué pasa si beso mal, y lo arruino todo? —me dijo después de un rato de silencio en que él pensaba—. Nunca he besado a nadie, y me da vergüenza que se dé cuenta —el corazón de Issey comenzó a acelerarse, ansioso por saber qué pasaría a continuación.
Yo me reía para darle tranquilidad.
—Tranquilo, que no pasa nada. Sólo te tienes que dejar llevar — Issey lo miró serio, aunque intentando mantener una actitud de inocencia. Captó la urgencia de la preocupación de Issey—. Mira, te voy a enseñar —me acerqué a Issey y lo tomé por los hombros para acomodarlo frente a mí, y lo apoyó contra el estante de rollos—.
— Continuemos con nuestra clase de ayer —propuse sonriendo y lo besé sencillo a los labios.
Lo besé y le insinué la lengua, me pasó la suya que me deleitó. Ambos nos embelesamos. Cerré la puerta de la habitación, seguimos besándonos apasionadamente. Desde ese momento nos besábamos todos los días. Un día fue en su casa, nos quitamos poco a poco uno a otro la ropa, juntábamos nuestros cuerpos. por supuesto que ya no fuimos a la fiesta de Diana. Otro día necesitamos más y me puse de rodillas frente a él y me puse su polla en la boca, vi que estaba como en el aire y no paré, tenía los ojos cerrados, mirando al techo y encorvado su cuerpo hacia atrás. Me pareció un dios del Olimpo. No cruzábamos nunca palabras. En otra ocasión quiso chuparme la polla y no me dejó apartarme hasta que salió el semen, me besó con semen en su boca y era bueno. Se abrazó a mi cuello y yo que le estaba acariciando sus nalgas le metí un dedo, luego dos, se quejaba Issey pero le gustaba. Me pidió que dejara tranquilo el dedo y le metiera mi polla. No me costó, estábamos muy relajados y lo follé hasta que sembré su interior de esperma. estuvimos mucho tiempo abrazados. Otra vez hicimos lo mismo en su casa. Nos declaramos el amor uno al otro».
«Ya no éramos tan novatos porque lo hacíamos cada día, le pedí que me la metiera. Estábamos en mi casa y nos entusiasmamos. Me gustó cómo me la metió, suave, poco a poco y ese día supe que lo nuestro había sido acertado y estaba en firme. Así fue que en su casa lo follaba yo y en la mía me follaba Issey. Hasta que llegó aquel aciago, día en que mi padre entró en mi cuarto y nos sorprendió en plena faena en que Issey me está follando. Interrumpimos de inmediato e Issey se fue poniéndose su ropa a su casa. Mi padre me ató a su anilla donde golpea a los esclavos y me golpeó hasta que perdí en sentido y caí suspendido de la argolla. unos esclavos me reanimaron y curaron mis heridas ensangrentadas por el látigo. Ya sabía mi padre como era yo y nunca más me habló».
Esta es la historia que necesitaba contarte. Mi padre me ha vendido a ti sin hacerte pagar, pero ya te pedirá de alguna manera el pago. Yo he ganado, pienso que él ha perdido y perderá más. Cuando quieras devolverme a Alejandría te lo pondrá muy difícil. Tiene demasiadas mujeres y demasiados hijos, tiene que ir deshaciéndose de algunos de nosotros para obtener hijos esclavos que hagan todo como él quiere.
— Y ¿qué es de Issey?
— Dos días después apareció muerto en el Nilo. Yo no le vi más, sigo llorándole, pero escuché a mi padre, mientras me flagelaba antes de perder el sentido, que mandó a unos hombres que le sacan de compromiso sus cagadas, para que lo maniataran y lo arrojaran al Nilo. No pudo salvarse había demasiada corriente.
— ¿Por qué no dormimos ya?
— ¿Puedo dormir abrazado a ti?
— Claro que puedes.
Me dio un beso, lo besé varias veces hasta que fue vencido por el sueño. Durmió respirando fuerte a causa de su congoja.
NOTAS
(103) Hoy Milán.
(104) Poblacion junto al lago de Noemí, a unos 500 m. de altitud.
(105) Deprimido, detestando su vida.
(106) tu vida es tu vida. La frase completa es: vita mea mea vita est quia ego victurum ese, mi vida es mía porque yo he de vivirla.
(107) Totalmente depilado. También significa muelle, afeminado o persona que sufre convulsiones. En la expresión del texto se refiere a la depilacion, vulsus -a -un es participio pasado de vello. velli [o vulsi] vulsum 3 tr.: arrancar (signa v„ levantar el campamento [lit.: arrancar las enseñas, que estaban clavadas en tierra]; oves v.,arrancar la lana a las ovejas; [pas.]ser depilado) | tirar (aurem, de la oreja)
(108) vulnerarius -II, masajistas, especialistas en medicina deportiva y de recuperación, masajistas deportivos.
(109) Unguentarius -II, perfumistas, especialistas en ungüentos y pamadas.
(110) Toalla.
(111) culex -culicis, mosquito.
(112) me gustaba hacer bromas y contar cosas graciosas con chistes eróticos.
(113) palmus, en realidad no está relacionado con el palmo (que sería la medida entre los extremos de los dedos pulgar y meñique con la mano extendida), sino más bien con el coto castellano, que es el ancho de la palma de la mano cerrada sin el dedo pulgar, y equivalía a 4 dedos, 7,3925 cm o 1/4 pies.
(114) Hoy se diría “adrenalina”.